sábado, 15 de mayo de 2010

LA REINA Y EL ESPEJO



La vanidosa reina se acercó al espejo con seguridad, con la cabeza bien alta, como hacia siempre. Ataviada con una capa negra y un vestido morado, llevaba entre sus manos la caja con el corazón de Blancanieves. Ahora que estaba muerta, ella sería la más hermosa del reino.
-Espejito, espejito –lo llamó tan segura de sí misma que su voz sonó arrogante- ¿Tienes ante ti a la mujer más hermosa del reino?
De la oscuridad del espejo salió un rostro tan pálido y desfigurado que hubiera atemorizado a cualquier rey o princesa, pero no a la malvada reina.
-Lo siento, mi reina – Una voz grave y profunda envolvió los aposentos de la reina- Pero la mujer más hermosa del reino no sois vos.
-¿Qué dices, traidor?- gritó la reina colérica- Tengo entre mis manos el corazón de Blancanieves. Ahora que ella está muerta, yo soy la mujer más hermosa del reino.
-Lo siento majestad, pero está equivocada- añadió el espejo - A mis ojos usted es la más hermosa pero…
-Yo soy la más hermosa- gritó, enfurecida. En sus ojos ardían llamas que, coléricas, atemorizaron al cuervo que observaba desde la ventana- Mis cabellos son los más oscuros del reino, mis ojos son los más azules y no existen labios mas rojos y hermosos ni piel más blanca en el mundo. Dime, pues, quien osa ser más bella que yo.
-Mi reina, la más hermosa del reino es Blancanieves .El corazón que tiene entre sus manos no es suyo, es de un jabalí. Los ojos de Blancanieves siguen siendo más azules y bondadosos que los vuestros, a través de ellos se sigue observando la calidez de su corazón y las palabras que se abren paso entre sus labios, rojos como rosas, siguen siendo más dulces que las vuestras. Sus cabellos son tan oscuros como vuestro malvado corazón y su piel es más blanca que…
-Calla, estúpido- gritó lanzando el corazón contra la dura pared de sus aposentos. Su ira cada vez era mayor- Ese cazador ha tratado de engañarme, pero no existe ninguna persona capaz de traicionar a la reina y vivir para contarlo.
-No, mi reina- la voz del espejo hizo temblar el castillo.
-Pero antes…- prosiguió- dime donde se oculta mi desagradecida hijastra, a la que di de comer y un lugar en el que vivir cuando su padre murió, y yo misma la mataré.
-Blancanieves- le dijo- se oculta entre la espesura del bosque, en la casita de siete enanitos a los que cuida y ayuda.
-Bien. Escúchame, espejito, pues lo que te diré no se te ha de olvidar jamás. Con un hechizo me transformaré en una anciana inofensiva y envenenaré con una manzana a Blancanieves. Cuando ella haya muerto, no existirá ninguna mujer más hermosa en el reino y cuando te pregunte quién es la mujer más hermosa del reino…
-Responderé que vos, mi reina- concluyó el espejo.

jueves, 25 de febrero de 2010

DESCRIPCION

Jack era muy alto y delgado, su rostro dulce y angelical era el de un hombre joven con aspecto de niño ingenuo con el que engañaba a toda persona que no conociera su verdadero carácter. Sus ojos azules escondían una mirada firme y sincera que frenaba mi respiración y me hacía sentir especial y querida, al igual que la sonrisa que mostraba ampliamente en cualquier ocasión y que tanta seguridad me infundía. Solía peinar su cabello rubio y largo con gomina para darse un aspecto elegante cuando la ocasión lo requería, pero, habitualmente, caía desenfadado cubriendo de forma parcial su frente.
Era un chico divertido y amable, seguro de sí mismo en todo momento y capaz de inventarse cualquier mentira y hacerla pasar por verdad con una naturalidad increíble. Podía hacerse pasar por cualquier persona, desde un duque hasta un zapatero, sin levantar la más mínima sospecha. Apenas sabía leer y escribir pero podía hablar durante horas conjugando perfectamente todos los verbos y sin ninguna equivocación ni duda y era capaz de expresar todo lo que sentía y pensaba mejor que muchos poetas. Desde el primer momento llamó mi atención su sensibilidad y su manera, tan cariñosa, de tratar y ayudar a los demás, sin pedir nada a cambio.
La primera vez que lo vi vestía su único pantalón, un pantalón viejo y gastado unido a unos tirantes colocados por encima de la camisa grisácea que cubría con una chaqueta antigua de color marrón oscuro, que no encajaría con el resto de su atuendo de no tener las mangas raídas. Por último, lucía unos zapatos negros y gastados que eran la culminación a su aspecto de vagabundo angelical.
Recuerdo el día en el que le pedí que me contara toda su vida, ya que ese día me enamoré perdidamente de él y decidí pasar el resto de mi vida viajando y descubriendo las muchas cosas que me estaba perdiendo y que él ya había vivido y tras escuchar su historia me maravillé más aun por su carácter tan cordial a pesar de las malas experiencias que había vivido. ´´Nací hace veintitrés años - me dijo- en una humilde granja en el sur de Irlanda. Mi madre murió dándome a luz y creo que mi padre jamás me lo perdonó.
Pasaba el día jugando y montando a caballo, lo que enfurecía a mi padre que quería que aprovechara el tiempo trabajando en la granja. Creo que mi mayor frustración era no conseguir la aprobación de mi padre que me trataba como a su hijo pequeño, el que no servía para nada y pensar en mi padre avergonzándose de mí me hacía llorar por las noches hasta que alguno de mis insensibles hermanos me gritaba que dejara de sollozar como una niña.
Recuerdo que mis hermanos se metían conmigo porque pasaba la mayor parte del tiempo jugando con mi hermana mayor, Kate. Juntos nos inventábamos historias fantásticas y construíamos una casa en lo alto de un árbol. Durante mis primeros catorce años fui feliz haciendo todos los días lo mismo. Me levantaba a las seis de la mañana, trabajaba en la granja hasta las nueve y desayunaba con toda mi familia. Me pasaba las mañanas montando a caballo y cuidando los animales y después de comer con toda la familia, Kate y yo, nos íbamos corriendo a construir nuestra casa hasta que anochecía. Y así transcurrió mi vida hasta que me fugué de casa.
Kate era la persona a la que más quería en el mundo y la niña más divertida y alegre que conocía, estando con ella me olvidaba de mi padre y de sus desprecios y de cómo se avergonzaba de mí, pero a los dieciséis años decidí que era aburrido pasar tanto tiempo con ella y un día le prometí que iría con ella a la casa del árbol, nuestro lugar mágico, pero me olvidé y me quedé en casa jugando con mis vecinos. Al anochecer mi padre me pidió que fuera a avisar a Kate de que la cena estaba lista y entonces me acordé de que la había dejado sola.
Salí de la granja y corrí hacia el árbol sintiéndome bastante culpable, me imaginaba a la pobre Kate esperándome toda la tarde y su decepción al no verme y se me revolvía el estomago. Cuando me acerque lo suficiente para ver el árbol, me quede sin respiración al ver un bulto tirado en el suelo. Corrí más rápido. No podía ser verdad lo que creía haber visto. Me arrodillé en la hierba junto al bulto y lo observe en silencio. Era mi hermana. Mi dulce hermana Kate permanecía inmóvil bajo nuestro árbol. Era mi culpa. Yo la había dejado sola y ella… Ella… Se había ido.
En ese instante decidí fugarme de casa y no volver nunca más. Me sentía demasiado culpable y no era capaz de mirar a nadie a la cara. Desde ese día no he vuelto a ver a ningún miembro de mi familia.
El resto de mi vida ya te lo puedes imaginar. Fui de un lugar a otro sin rumbo fijo y con lo que llevaba en los bolsillos, conseguía dinero engañando a los demás y me pagaba billetes para viajar a nuevos lugares y vivir nuevas experiencias hasta que borre por completo los malos recuerdos y me convertí en la persona que soy y ahora .El ultimo billete que conseguí me trajo aquí, y el siguiente nos llevara a algún lugar en el que estemos solos tu y yo.´´
Pero Jack murió congelado ante mis propios ojos al hundirse el Titanic después de mostrarme lo que era el amor verdadero.

lunes, 1 de febrero de 2010

EL INFIERNO

Sé que estoy muerto, lo sé, porque de seguir vivo no estaría en este lugar… y además recuerdo con total nitidez la sensación de frio que recorrió todo mi cuerpo cuando la bala impactó contra mi pecho. Caí de espaldas en el duro asfalto, apenas podía ver… intenté levantarme y gritar pero no tenía fuerzas. El pecho me ardía al respirar y cada vez me dolía más y más hasta que el dolor se hizo insoportable. Si el dolor no cesaba moriría allí mismo y sentí más miedo del que jamás me hubiera llegado a creer capaz de sentir. Todo ocurrió muy deprisa, ni siquiera pude ver a mi asesino, pero jamás olvidaré los segundos más dolorosos de mi vida. Y después de aquel sufrimiento abrí los ojos y llegó la nada.

Si, como lo oís, nada. Eso es lo que siento, lo que huelo, lo que veo y lo que oigo… Nada. Nada desde que llegué aquí.

Yo creía que el infierno era un lugar oscuro, tétrico y maligno. Lleno de llamas y monstruos rojos con colas, que te sacan el cerebro, las tripas y los ojos y se los comen con patatas. Y que para entrar tienes que pasar por siete puertas y encontrarte con el demonio que te somete a torturas físicas y te hace sufrir como las personas a las que heriste en vida. Pero el verdadero infierno es mucho peor.

Al morir el alma sube al cielo, en cambio el cuerpo desciende al infierno. Dependiendo de los actos que llevaras a cabo en tu vida, tu conciencia permanece en el cuerpo o asciende con el alma. En mi caso regresó con el cuerpo y se quedó en el infierno.

Aquí el cuerpo vaga por la oscuridad como un fantasma que no duerme, ni llora, ni siente hambre, cansancio o sed… No existe ninguna manera de saber el tiempo que pasa, pues una inmensa oscuridad cubre todo este lugar y a todos los que estamos aquí. No nos comunicamos entre nosotros porque no sentimos la necesidad de hacerlo y ni siquiera nos vemos, pero de alguna forma sé que estoy rodeado de asesinos y ladrones. Pero no siento miedo porque un hueco vacio en mi pecho me lo impide. No tengo alma y eso hace que no pueda sentir nada, incluso recordar a mi familia y a mis amigos no me incita a sentir lo más mínimo, y poco a poco me voy olvidando de cómo se ama o se odia e incluso los recuerdos de mi antigua vida están empezando a disiparse, como si nunca hubieran existido. Pero puedo recordar a la perfección el crimen que cometí.

Ojalá no hubiera matado a todos aquellos jóvenes que no tenían la culpa de estar allí y que, probablemente, lo hacían por obligación, para salvar a su país, pero yo eso no lo sabía, o no quería saberlo, y no tuve ningún reparo en bombardear aquella residencia para futuros soldados, acabando con la vida de miles de inocentes.

Desearía poder arrancar de mi cabeza las imágenes que, tan habitualmente, acosan mi mente y me hacen recordar a aquellos chicos inocentes llorando, gritando y muriéndose y, sobretodo, mi sonrisa de satisfacción al contemplar tal cruel espectáculo.

En poco tiempo me convertiré en un horrendo monstruo carente de sentimientos y perderé por completo lo único que me queda de mi vida como humano: mis recuerdos. Caminaré en silencio por la oscuridad, rodeado de seres que, al igual que yo, merecen estar aquí. Ya no tendré identidad, ni pasado… pero si futuro: vagar eternamente por el infierno.