lunes, 1 de febrero de 2010

EL INFIERNO

Sé que estoy muerto, lo sé, porque de seguir vivo no estaría en este lugar… y además recuerdo con total nitidez la sensación de frio que recorrió todo mi cuerpo cuando la bala impactó contra mi pecho. Caí de espaldas en el duro asfalto, apenas podía ver… intenté levantarme y gritar pero no tenía fuerzas. El pecho me ardía al respirar y cada vez me dolía más y más hasta que el dolor se hizo insoportable. Si el dolor no cesaba moriría allí mismo y sentí más miedo del que jamás me hubiera llegado a creer capaz de sentir. Todo ocurrió muy deprisa, ni siquiera pude ver a mi asesino, pero jamás olvidaré los segundos más dolorosos de mi vida. Y después de aquel sufrimiento abrí los ojos y llegó la nada.

Si, como lo oís, nada. Eso es lo que siento, lo que huelo, lo que veo y lo que oigo… Nada. Nada desde que llegué aquí.

Yo creía que el infierno era un lugar oscuro, tétrico y maligno. Lleno de llamas y monstruos rojos con colas, que te sacan el cerebro, las tripas y los ojos y se los comen con patatas. Y que para entrar tienes que pasar por siete puertas y encontrarte con el demonio que te somete a torturas físicas y te hace sufrir como las personas a las que heriste en vida. Pero el verdadero infierno es mucho peor.

Al morir el alma sube al cielo, en cambio el cuerpo desciende al infierno. Dependiendo de los actos que llevaras a cabo en tu vida, tu conciencia permanece en el cuerpo o asciende con el alma. En mi caso regresó con el cuerpo y se quedó en el infierno.

Aquí el cuerpo vaga por la oscuridad como un fantasma que no duerme, ni llora, ni siente hambre, cansancio o sed… No existe ninguna manera de saber el tiempo que pasa, pues una inmensa oscuridad cubre todo este lugar y a todos los que estamos aquí. No nos comunicamos entre nosotros porque no sentimos la necesidad de hacerlo y ni siquiera nos vemos, pero de alguna forma sé que estoy rodeado de asesinos y ladrones. Pero no siento miedo porque un hueco vacio en mi pecho me lo impide. No tengo alma y eso hace que no pueda sentir nada, incluso recordar a mi familia y a mis amigos no me incita a sentir lo más mínimo, y poco a poco me voy olvidando de cómo se ama o se odia e incluso los recuerdos de mi antigua vida están empezando a disiparse, como si nunca hubieran existido. Pero puedo recordar a la perfección el crimen que cometí.

Ojalá no hubiera matado a todos aquellos jóvenes que no tenían la culpa de estar allí y que, probablemente, lo hacían por obligación, para salvar a su país, pero yo eso no lo sabía, o no quería saberlo, y no tuve ningún reparo en bombardear aquella residencia para futuros soldados, acabando con la vida de miles de inocentes.

Desearía poder arrancar de mi cabeza las imágenes que, tan habitualmente, acosan mi mente y me hacen recordar a aquellos chicos inocentes llorando, gritando y muriéndose y, sobretodo, mi sonrisa de satisfacción al contemplar tal cruel espectáculo.

En poco tiempo me convertiré en un horrendo monstruo carente de sentimientos y perderé por completo lo único que me queda de mi vida como humano: mis recuerdos. Caminaré en silencio por la oscuridad, rodeado de seres que, al igual que yo, merecen estar aquí. Ya no tendré identidad, ni pasado… pero si futuro: vagar eternamente por el infierno.

3 comentarios:

  1. Mejor quedamos en mi infierno y vamos al centroo comercial con topocho, porque a m eso de ser un monstruo no me hace gracia

    BESOS
    LA NINFA DEL BOSQUE

    PD:soy Aida Hermida;P

    ResponderEliminar
  2. Muy bien, Penélope. Me encanta el primer párrafo.
    Pero hay algo que no me queda muy claro. El protagonista, ¿quiere arrancar de su cabeza los recuerdos que le atormentan o teme perderlos porque es lo único que le queda de su vida como humano?
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Teme a perder los buenos recuerdos, pero quiere arrancar de su cabeza el crimen que cometió , pues es lo unico que recuerda a la perfección
    Un saludo

    ResponderEliminar