lunes, 26 de octubre de 2009

EL PORQUERIZO

Mi historia, como bien sabéis, es contada en todo el mundo por diferentes narradores, que uno tras otro van contando diferentes versiones, todas equivocadas, del relato por el que soy conocido como el príncipe porquerizo.
Pero ahora os voy a contar lo que ocurrió realmente.
Aquella mañana me decidí a declararme a la princesa, no era muy rico pero con la rosa más hermosa de mi reino y con el ruiseñor del canto más bello conquistaría su dulce corazón
Mi mensajero real partió hacia su imperio con mis regalos, pero regresó con la rechazo de la princesa.
Cuando me contó que la caprichosa y malcriada hija del emperador había despreciado la rosa y el ruiseñor por no ser lo suficientemente caros o mecánicos, me sentí despreciado y furioso, ¿cómo osaba despreciar a un príncipe tan distinguido y respetado como yo, pese a mi pobreza? y ¿cómo tenia la desfachatez de no aceptarme en matrimonio?
Algunos piensan que fui al reino de la princesa para poder estar con ella, pero la verdad es que decidí vengarme, haciéndole sentir la vergüenza y la tristeza que ella me había provocado. Me pinté la cara de negro y tras vestirme con harapos me presenté ante la puerta de su reino solicitando trabajo. El Emperador me ofreció el puesto de porquerizo imperial y una asquerosa casucha al lado de la cuadra donde poder dormir .Pese a esto acepté mi nuevo trabajo sin dudarlo, merecía la pena.
Durante mi primer día de trabajo construí un pucherito que cuando cocía tocaba la canción de: ¡Ay Agustín del alma mía, todo está perdido, ido, ido ¡
Y cuando se ponía el dedo en el humo de la olla se podía oler la comida que se cocía en cualquier casa de la ciudad .Como veis se trataba de un juguete que no tenia comparación con la hermosura de una espléndida rosa.
Como esperaba, la princesa, se asombró con mi magnifico pucherito y accedió a darme diez besos, no sin rechistar, a cambio de mi invento.
Esa noche me di cuenta del error que hubiera cometido de haberme casado , puesto que detrás de aquel rostro angelical se ocultaba una niña malcriada y consentida con un carácter frívolo y superficial.
Al día siguiente cogí la carraca de mi fallecida madre (no la inventé yo, como dicen algunos) , que tocaba todos los valses , galops y polcas del mundo entero. Hice sonar mi espléndida carraca y la princesa, de nuevo, sintió admiración hacia mi juguete mecánico que no tenia comparación con el sonido del canto del ruiseñor, y tras muchas negociaciones aceptó darme cien besos para conseguirlo, demostrando su poca clase.
Cuando íbamos por el octogésimo sexto beso el Emperador nos detuvo y preso de su furia y de su vergüenza nos expulsó, a mí y a su hija, del imperio.
Una vez que nos encontramos fuera, la princesa comenzó a llorar y a lamentarse de no haber aceptado al apuesto príncipe. Entonces decidí despojarme de mis harapos, limpiarme la cara y vestir mis verdaderas ropas .Cuando la princesa contempló mi verdadero aspecto hizo una reverencia del asombro.
-No fuiste capaz de valorar los asombrosos regalos que te ofrecí a cambio de tu mano, pero fuiste capaz de besar a un simple porquerizo a cambio de un juguete mecánico. Espero que disfrutes de tu castigo y valores las cosas hermosas de verdad, no las caras o mecánicas. ¿Querías un príncipe mejor que yo? Pues dudo que consigas a nadie con más prestigio que un porquerizo.

1 comentario:

  1. Muy bien, Penélope. Me ha gustado mucho. Una narración segura, precisa, eficaz... Y te has metido bien en la mente del personaje: su desprecio por la frívola princesa, ¿no es claramente masculino?
    Un saludo.

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